Nuestra cultura dice que nuestro valor está definido por nuestra riqueza y posesiones. Pero la verdad es que, sin importar cuánto dinero tengamos, ¡todavía estamos en una deuda seria! El precio que Jesús pagó en la cruz nunca podría ser reembolsado, así que vivimos nuestras vidas felices y endeudados con Dios.