Santidad. La sola mención de la palabra produce algunas ideas en nuestra mente, tales como ropa negra, aureolas en las cabezas, caras demacradas, nada de bromas, horas de oración, etcétera. Si al pensar en la santidad esas ideas inundan nuestra mente, hemos enclaustrado la santidad en las oscuras cámaras de los monasterios y catedrales, en donde residen los santos, monjes encapuchados y místicos. Pero Dios quiere quitar los cerrojos de las puertas de madera y abrir las ventanas con vidrios catedrales de nuestro pensamiento para que Su santidad pueda andar libremente por todos los cuartos de nuestras vidas. Él anhela que seamos santos como Él es santo y sabe que la gente ordinaria y común como nosotros puede llegar a serlo.