Por extraño que le parezca, su enemigo vino a la iglesia esta mañana. De hecho, ese enemigo cantó un par de cantos . . . leyó un pasaje de la Escritura . . . y hasta inclinó la cabeza para orar en una ocasión. Pero ese individuo por alguna razón no parece un enemigo. No es la persona enfrente, detrás o al lado suyo. Su mayor enemigo está sentado . . . ¡en su asiento! Pero al querer ponerle un nombre, sería erróneo ponerle el nuestro . . . porque si le hemos entregado nuestra vida a Cristo, Él vive dentro de nosotros . . . Poseemos Su naturaleza y Su poder. Somos hechura Suya, somos jarros de barro de Dios. Pero si hay que llamarlo de alguna manera lo llamaremos: el «YO . . .» En el estudio de hoy veremos el origen de este enemigo del hombre que no lo deja ni a sol ni a sombra. Atacaremos el problema del egoísmo yendo a la raíz, al origen mismo de este problema . . . iremos al Huerto del Edén, y pasaremos un tiempo junto al primer hombre y la primera mujer que Dios hizo.