Tal vez hayan pasado años desde que usted escuchó por última vez el credo de los apóstoles. Tal vez nunca lo ha escuchado en su vida. Bueno, permítame escribírselo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, Su único Hijo, Señor nuestro; que fue concebido del Espíritu Santo, nació de la virgen María, padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; y desde allí vendrá al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos; creo en el Espíritu Santo, la santa iglesia universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida perdurable. Amén”. No creo que exista una declaración más hermosa de las verdades esenciales y profundas de nuestra fe que haya sido escrita con tanta elocuencia y sencillez como el credo apostólico. Pero aunque las palabras son sencillas, notará que los conceptos por ningún lado son simplistas.