Durante siglos, los creyentes promedio, así como los teólogos experimentados, se han torcido más de alguna neurona tratando de entender y explicar el misterio incomprensible que envuelve la concepción y el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo. Pero no debemos perdernos en el enigma imposible de descifrar de la concepción del Dios–Hijo. Más bien, debemos llenarnos de asombro al conocer la misión más importante del Dios–Espíritu Santo.