Inmediatamente después de la mención de las palabras «luna de miel», muchas personas se imaginan un momento de romance íntimo y el afecto sin restricciones entre los recién casados. Nuestra cultura promueve este concepto. Pensamos en ese período de éxtasis apasionado como el comienzo de un matrimonio, el tiempo entre la boda y el retorno a las responsabilidades de la vida diaria. No hay nada de malo con este concepto, excepto lo que implica: que tal muestra de afecto físico es breve, solo para los recién casados y es temporal, es decir, termina con el paso del tiempo. Pero el plan de Dios es que las parejas casadas disfruten de tales delicias sin vergüenza ni rechazo hasta que «la muerte los separe».