Dios ocasionalmente permite que alguno de sus hijos sufra la muerte por la causa de Cristo, pero ese no es el sacrificio que Él espera de cada uno de nosotros. Él desea que nosotros nos ofrezcamos a nosotros mismos como “un sacrificio vivo”, tal como lo rogó Pablo en Romanos 12:1. ¿Por qué tuvo Pablo que rogar por esto? Porque lo que él les pide, no se da de manera natural, ni fácil, ni de forma automática. Cuando las personas se sacrifican, no lo hacen por antojo. El sacrificio cuesta, duele. El sacrificio actúa en forma contraria a nuestra inclinación natural de aferrarnos a las posesiones y a las comodidades. Ofrenda y sacrificio, son dos palabras que denotan la idea de alguien despojándose de algo valioso. Pero la única diferencia es que una ofrenda es un acto de sacrificio con un elemento extra: la elección. Una ofrenda es un acto voluntario. Cristo hizo una elección consciente para ofrecerse como un sacrificio expiatorio para relacionarse con nosotros. Nosotros tenemos que hacer la misma elección para poder relacionarnos más íntimamente con Él. No para ganar su favor o bendición, sino para llegar a conocerlo de una manera más profunda y significativa.