La erosión es lenta, silenciosa e imperceptible. Nos trata de engañar haciéndonos creer que todo está bien, cuando la verdad es que la desintegración y la devastación están en proceso. Esto no solo le ocurre a un terreno; también puede pasarle al alma. Puede suceder tanto en la familia como en el ministerio. Pero nunca sucede con rapidez. La estrategia favorita de nuestro «adversario» es la erosión, especialmente en una familia. Superficialmente todo puede parecer normal, incluso saludable. Pero debajo de la superficie, las consecuencias trágicas de la transigencia y la indiferencia crecen como un cáncer mortal.