Es sorprendente ver cuán fácil es perderse de lo obvio. Esto es especialmente cierto cuando nos centramos en lo que pensamos que es importante y nos perdemos de aquello que realmente es importante. Y no hay nada más importante para los cristianos que los acontecimientos de la Semana Santa. Por supuesto que los bombos y platillos de la Semana Santa se los lleva el Domingo de Resurrección; nadie discute eso. Pero a menudo fallamos en observar el lento redoble de tambores que marcan los últimos pasos sombríos de Jesús de camino a la cruz, comenzando con Su entrada triunfal a Jerusalén.