En lo ocupado de la vida, aun la vida cristiana, el celo de nuestro «primer amor» a menudo se enfría. Para revertir esta tendencia, los creyentes debemos aprender a cultivar una intimidad con el Todopoderoso. Sin embargo, como suele ocurrir en un matrimonio o en una relación cercana, la intimidad con Dios no se da en forma automática. Ésta requiere disciplina, una disciplina espiritual. Nuestra meta al disciplinar nuestras vidas es conocer a Dios más íntimamente, volver a encender la llama de nuestra pasión por Él y llegar a ser más como Cristo.