Posiblemente nada desafía nuestra confianza en la soberanía y la bondad de Dios más que ver a un niño con alguna discapacidad. A pesar de cómo esta verdad quizás agite nuestra susceptibilidad personal, el Señor permite que nazcan niños sin alguna extremidad, con cuerpos retorcidos o con cerebros dañados. Contrario de nuestras suposiciones temerosas, la discapacidad no es el juicio de Dios por el pecado. De hecho, la Escritura enseña que el Señor ordena un propósito sagrado para personas con discapacidad. Al igual que con todas las debilidades, la discapacidad le proveen a Dios una oportunidad de demostrar Su gracia y Su gloria.