Cada vez que Dios no responde de acuerdo con nuestra voluntad, nos frustramos. Y es que, cuando nos sentimos atrapados entre la espada y la pared de las circunstancias, es fácil pensar que nuestras oraciones no pasan del techo o se quedan flotando en alguna parte de la galaxia, demasiado insignificantes como para captar la atención del Creador. En medio de esa decepción, con frecuencia somos demasiado lentos para aceptar que el problema con la oración no es Dios, sino nosotros. Aprendamos las instrucciones que Jesús nos da en cuanto a la oración eficaz que agrada a Dios.