Estar en el ministerio es conocer el dolor. Y no hay dolor más difícil de soportar que el dolor de saber que los hijos de Dios frecuentemente viven en la rebelión del pecado. Si pudiéramos seguir la historia del pecado hasta su origen, pronto descubriríamos que su origen es la depravación, las aguas oscuras y tóxicas de una naturaleza pecaminosa.