«Los hombres no lloran». Cuántas veces hemos escuchado decir esta frase. Asumimos que las lágrimas se hicieron para los niños y las mujeres. Solo en raras ocasiones los hombres realmente lloran y usualmente lo hacen estando a solas. ¡Cuán diferente a los personajes bíblicos! Una y otra vez leemos acerca de hombres de Dios musculosos, modelos de hombría, llorando en voz alta y abiertamente. El Salmo 56:8 dice que Dios pone nuestras lágrimas en «Su redoma» (botella) y lleva un registro de ellas en «Su libro». Si esto es así, Él ha etiquetado varias con el nombre de Jeremías. Este gran profeta muy seguido hundía su rostro entre sus manos y sollozaba en voz alta; sus lágrimas mancharon sus ropas e indudablemente empapó el diario que hoy conocemos como sus Lamentaciones. Pero antes de centrar toda nuestra atención en este libro, comprendamos un poco más a Jeremías, el hombre, sus tiempos y su ministerio.
A medida que las noches se alargan y los días se acortan, descubrimos dentro de nosotros un anhelo más profundo que el simple deseo de encender lámparas para disipar la oscuridad. Es un anhelo de luz que reconforte el corazón y reavive la esperanza.
El Adviento nos encuentra en medio de ese anhelo. Nos invita a detenernos, respirar con calma y recordar que aún en las horas más oscuras, Jesús —la Luz verdadera— ya vino... y sigue brillando.
Este devocional es como una linterna para la travesía. Te guiará a lo largo del ciclo de la luz en Adviento: esperanza que rompe la noche, paz que afirma los pasos, gozo que enciende el corazón, amor que abriga el alma, y la llegada que inunda al mundo con el fulgor de Cristo. Este es el viaje del Adviento: una luz que crece en lo profundo del alma, hasta que Cristo disipe toda sombra con la plenitud de su gloria eterna.