«Pura cabeza y nada de corazón» es la crítica familiar que se le hace al apóstol Pablo. Otros lo describen como alguien demasiado intelectual, duro, severo, odiador de mujeres, áspero, dictatorial y dogmático. Pero muchos de estos calificativos pierden su significado cuando llegamos a un pasaje de la Escritura como el que estudiaremos el día de hoy. En esta sección de Gálatas vemos a un Pablo cálido, tierno y hasta vulnerable. Encontramos más que un teólogo, a un Pablo pastor, quien está genuina y apasionadamente interesado en ellos personalmente. Con profundo sentimiento por el bienestar de los gálatas, Pablo les implora que resuelvan sus conflictos para que ambos lados puedan regresar a una posición de apoyo mutuo en lugar de división.
Martín Lutero dijo: «La Epístola a los Gálatas es mi epístola. Me he casado con ella. Ella es mi esposa». Podemos entender por qué él se sintió así, pues esta carta es considerada «el grito de batalla de la Reforma» y «la Carta Magna de la emancipación espiritual». Es el libro del Nuevo Testamento que afirma la libertad cristiana, la piedra angular de la fe protestante. Ningún otro libro (con excepción de Romanos) responde con tanta fuerza y en forma tan directa a la pregunta: ¿Somos salvos por creer o por lo que hacemos? Ningún otro libro toma al legalismo tan firmemente por el cuello. Entre más profundo escarbemos en esta mina de riqueza teológica y práctica, más rico nos volveremos y mejor entenderemos por qué Lutero llamó a esta carta su propia epístola, “a quien tengo empeñada mi palabra de matrimonio”. Puede parecer dura, pero es tan necesaria.