No importa a qué iglesia pertenezcamos, ni las insignias que nos coloquemos o pongamos en nuestras posesiones, ni cómo nos veamos, el amor es la marca distintiva de un verdadero discípulo.
Pero no se trata de cualquier amor. Solo el amor divino demuestra que pertenecemos a un Salvador divino. El amor humano natural, incluso en su forma más elevada, se queda corto ante el amor desinteresado de Jesús. Tan puro es Su amor, que los escritores bíblicos utilizaron una palabra griega especial para identificarlo: ágape. Cuando el mundo ve el amor ágape en nosotros, ve a Jesús.
En 1 Corintios 13, Pablo pintó un retrato del amor ágape en una prosa sencilla pero elocuente. Accedamos a este pasaje como si cruzáramos el umbral de una catedral, dispuestos a maravillarnos e inspirarnos por la grandeza de algo verdaderamente divino.
Jesús prometió a Sus seguidores un regalo que permanecería con ellos para siempre: ¡el Espíritu Santo! El Espíritu nos da vida. El Espíritu nos libera. El Espíritu habita en nosotros. El Espíritu nos capacita.
Pero ¿cómo luce una vida realmente transformada por el Espíritu? El apóstol Pablo nos dio un retrato claro en su carta a las iglesias de Galicia, describiendo las virtudes del fruto del Espíritu como: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio. En esta serie de estudios sobre cada una de estas virtudes del «fruto del Espíritu», aprenderás a vivir una vida nueva y plena.