Todas las personas, en todos los lugares y en todo el mundo, tenemos algo en común: sabemos lo que significa sufrir. Sea que se trate de judíos o cristianos, musulmanes o hindúes, ateos o idólatras, las lágrimas son iguales para todos. El sufrimiento trasciende todas las culturas, invade a toda nación y traduce su mensaje de dolor a cada persona que jamás ha vivido. El problema del dolor requiere una receta potente. Las personas a quienes Pedro escribió eran creyentes esparcidos que habían sufrido las quemaduras de las llamas de la persecución. Sin embargo, no se limitó únicamente a consolarlos, sino que los animó a mirar más allá de sus circunstancias y observar con claridad su llamamiento celestial. Los animó a renovar sus esperanzas a través del fuego de las pruebas.
La cultura popular hace hincapié en trabajar los fines de semana acumulando días libres y acortando vacaciones. El estar ocupado se ve como una virtud mientras que necesitar días libres se ve como una actitud perezosa e improductiva. Los cristianos somos igual, capaces de subestimar el valor de la recreación, el respiro y elegir agotarse en el ministerio. ¿Cuál es el resultado? Estamos más enfermos, cansados y descontentos que nunca. ¿Recuerda la alegría de jugar? Este librito del pastor Swindoll nos lleva a la vitalidad de la relajación, un tipo de descanso tan esencial que Dios lo fundó cuando creó el mundo, y que Jesús puso en práctica y protegió durante Su ministerio en la Tierra.